Saturday, August 25, 2007

Perdão ??? Nunca



INTERNACIONAL

Viernes, 6 de noviembre de 1998

EL MUNDO periodico



BLOC DE NOTAS

BERNARD-HENRI LEVY

La infamia de Augusto

Canonización de Edith Stein. Parece bastante lógico y natural que el Papa, siendo lo que es, jefe de una Iglesia en la que se cree, con razón o sin ella pero por principio, que el cristianismo es la culminación del judaísmo:

1. Que sólo pueda celebrar a una judía si se ha convertido a la nueva alianza (¿Qué habríamos dicho si hubiese beatificado a Anna Frank?).

2. Que al hacer esto, tenga el sentimiento de conmemorar, a su manera, el horror inaudito del acontecimiento (¿No se esmera en presentarla él mismo, a esta convertida, como mártir por ser judía?).

Se puede rechazar, evidentemente, su autoridad de Papa. Se puede negar esta culminación cristiana del judaísmo. Pero no se le puede negar el derecho de ser Papa y de ser cristiano. Y no se le puede reprochar llevar luto por un desastre del que corresponde a cada cual recordar según su lengua, sus dogmas, su fe y su calendario.

Juan Pablo II no recupera el holocausto. No lo cristianiza. Hace justo lo que tiene que hacer, que es, como en su visita a la sinagoga de Roma, honrar las raíces judías de la fe cristiana. ¿Un día del holocausto, en la fecha de la muerte de Edith Stein? Claro que sí. Es la respuesta, 50 años después, a los silencios de Pío XII.

Lo nunca visto en la historia de la prensa. El poder argelino censura dos periódicos (Le Matin y El Watan). Y los demás (El Khabar, Soir d'Algerie, Quotidien d'Oran, La Tribune), en vez de salir a la calle, cueste lo que cueste, se solidarizan con los suspendidos y hacen huelga. Lección de radicalidad democrática.

La guerra del derecho contra lo inhumano. Y, como siempre, con estos hombres que no dejan de sorprendernos por su coraje, al mismo tiempo que por su inteligencia política, la cuestión que se plantea es la siguiente: ¿Sabremos estar, en Francia, a la altura de su ejemplo? ¿Tendremos la imaginación necesaria para responder al gesto de una prensa que, para confundir mejor a sus censores, se suspende a sí misma y se calla?

¿Por qué no intentar, pues, darle asilo espiritual y materialmente? ¿Por qué no ofrecerle aquí, mientras dure este brazo de hierro, un poco de espacio en nuestros propios periódicos? Un claro en su noche. Y, para los amigos de Argelia, una bella manera de tomar partido.

Tienen razón Mario Vargas Llosa y Revel: es más fácil inculpar a Pinochet que a Fidel Castro. Me gustaría ver a los defensores de los derechos humanos perseguir a tal o cual dictador con la misma energía con la que persiguen a este verdugo retirado. Pero de eso, como acaban de hacer los jueces ingleses, a extender a uno de ellos la sorprendente impunidad de los demás...

De eso a decir: «Dado que no se detiene ni a Castro ni a Hafez Asad, ni a Milosevic, dejemos en paz a Pinochet», hay un paso que no tengo ganas de dar.

¿Perdonar a Pinochet? Sólo se puede perdonar al que pide perdón. Pues bien, no contentos con no pedirlo, los responsables del terror de Chile se vanaglorian: «¿No hemos salvado al país de la bancarrota? ¿No hemos pagado sus deudas y restaurado sus fundamentos? ¿No hemos puesto nuestra economía en orden de batalla, a cambio de miles de cuerpos ajusticiados, desgarrados, torturados y desaparecidos?»

Aunque sólo sea por eso, aunque sólo fuese por esta forma de borrar las referencias de la conciencia moral, Pinochet merece ser juzgado. El perdón es demasiado fácil. Demasiado perezoso y, por lo tanto, demasiado fácil. Y por lo que a Castro se refiere, imagino su alivio, cuando supo que su viejo hermano enemigo quizá pueda morir en su cama. «Uf, el trago ha pasado... Ha costado, pero ha pasado... No habrá un precedente Pinochet...».

Se reclaman de Guy Debord, pero también del poeta Lautréamont. Apuestan no por la «revolución», sino ¡lo que es más interesante! por la «escisión». Algunos, según dicen, escriben para «hacerse perdonar». Escriben contra el nihilismo y contra el resentimiento.

Otros le dan a la noria de la misma penosa novela familiar: papá-mamá, mirarse al ombligo y ningún sufrimiento, culto a una autenticidad concebida como el insuperable horizonte de la «joven» literatura.

Le hacen a esta ideología umbilical, a estos olores de calzón y de carne humana, una guerra total y prolongada. Apunten sus nombres. Se llaman François Meyronnis y Yannick Haenel. Y, a la sombra de algunos mayores, animan una pequeña revista, casi una octavilla, que se titula Línea de riesgo y que es probablemente, en su género, lo que, en estos momentos, se escribe de más creativo, más audaz y más innovador.

¿Están cansados de sus pequeñas personalidades, de sus pequeñeces y de sus humildes miserias? ¿Le parece que la polémica de Michel Houellebecq cae en el academicismo?

Pues vayan a comprar la última entrega de esta revistita, en una de esas raras librerías que la tienen en depósito. Encontrarán en ella el gusto perdido por las vanguardias, una manera olvidada de escribir, de leer, de pensar, como en la guerra. La literatura, deber del pensamiento. «Una época sabe, de oficio, la existencia del poeta», decía Mallarmé.

Guy Debord es pensador francés.

Lautrémont es poeta francés.

Traducción: José Manuel Vidal.


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